Como ya comentamos anteriormente, la idea de que en Tunguska cayó un meteorito de gran dimensión fue la primera hipótesis planteada por Leonid Kulik en la década de 1920. Pero como no hallaron ni meteoro, ni cráter, la misma fue perdiendo fuerza y durante décadas se prefirió pensar en un cometa.
La situación mudó en 1983 cuando Z. Sekanina publicó un trabajo extenso titulado "The Tunguska Event: no cometary signature in evidence" (El evento Tunguska: sin evidencias de un cometa), trabajo publicado en la revista Astronomical Journal. En la opinión de Sekanina um bólido ingresando a 30 ou 40 km/s soportaría presiones de mas de 1.000.000 de hectopascales o aproximadamente mil atmósferas si llegase hasta una altura de 10 km. Un cometa es más o menos un copo de nieve gigante, por lo tanto, concluye Sekanina, no resistiría tanta presión, habría explotado a una altura mayor y su energa no habría provocado tanta destrucción. Por el contrario él utiliza otros eventos registrados para extrapolar cual habría sido la presión soportada por el objeto que cayó en Tunguska. Esa presión, próxima a doscientas atmósferas (200.000 hectopascales) corresponde a un objeto entrando a una velocidad de 10 km/s de donde se infiere que debería haber sido un asteroide (los cometas son normalmente mas veloces). Este argumento junto con otros (como la inconsistencia de la órbita del supuesto cometa, o la masa necesaria) lo llevan a postular que el TCB (Tunguska Cosmic Body u Objeto Cósmico de Tunguska) fue un NEA, del grupo de los Apollo, de 90 a 190 m de diámetro orbitando entre 1 y 1,5 UA.
Sin embargo, Sekanina postulaba un asteroide metálico que por su restistencia es capaz de llegar hasta el suelo sin explotar, hecho problemático porque nunca fue encontrado ni él ni su cráter. Por eso no fue fácil para la teoría ganar adeptos. Hasta que 10 años después, Chris Chyba, Paul Thomas y Kevin Zahnle publicaron un artículo en la revista Nature: The 1908 Tunguska explosion: atmospheric disruption of a stony asteroid (La explosión de Tunguska en 1908: la ruptura atmosférica de un asteroide rocoso). El argumento central de ellos es que el NEA que ingresó en Tunguska en 1908 fue un asteroide rocoso, bastante más rígido que un cometa, pero no tanto como un meteorito metálico. Ellos mejoraron los modelos teóricos de la entrada de asteroides a la atmósfera y llegaron a la conclusión de que es perfectamente posible considerar que un objeto rocoso de entre 20 y 30 m de diámetro, entrando a una velocidad de entre 15 e 25 km/s se habría roto, literalmente aplastado, por la acción de la presión atmosférica a una altura de 10 km produciendo una onda expansiva que liberaró entre 10 y 20 Mtones de energía, exactamente la necesaria para derribar los árboles. Para explicar las noches blancas en Londres, los autores consideran que la onda expansiva lanzó grandes cantidades de vapor de agua del propio lugar de la explosión a una altura de 50 km . Allí os vientos estratosféricos la transportaron a miles de km creando nubes noctilucentes encima de Londres y otras ciudades de Europa occidental.
El trabajo fue un milestone en la historia de Tunguska y representó un golpe de timón en las interpretaciones. Recuerdo todavía la excitación y repercusión que provocó la publicación, la revista dedicó una editorial al tema ponderando que era el fin de las controversias: Tunguska cae a Tierra decía H. J. Melosh del Laboratorio Planetario y Lunar de la Universidad de Arizona.
Hasta cierto punto la conclusión de Chyba y su colaboradores es preocupante. Un asteroide de apenas 10 m de diámetro sería capaz de devastar una ciudad. Recordamos que la energía liberada es 1.000 veces mayor que la bomba de Hiroshima. Y que el catálogo de NEAs de la NASA, todavía incompleto, incluye sólo objetos de 1 km de diámetro o más. El asteroide de Tunguska fue un fargmento minúsculo, imposible de ser detectado con anticipación suficiente y que, de haber caido tres horas después, habría acertado de lleno en Moscú como el escritor Arthur Clarke dice en el comienzo de su novela de ciencia ficción Cita con Rama. Resulta muy decepcionante reconocer que estamos destinados a esperar que en cualquier momento una astilla cósmica acierte una de nuestras ciudades más populosas originando una masacre.
La frecuencia de eventos tipo Tunguska fue evaluada en 1 a cada 200 a 1.000 años. Estamos cumpliendo 100 años desde la última vez que una roca cósmica casi destruyó la capital de un imperio. Estaremos próximos a atestiguar la desaparición de una de nuestras grandes capitales?
O existe una tercera explicación? Tal vez en Tunguska no cayó nada del cielo y es por eso que nada fue encontrado en el suelo. A esta teoria final nos dedicaremos en la última entrada de esta serie apacionante....
viernes, 27 de junio de 2008
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